“He conocido a un Santo”
El programa de celebración tuvo distintas opciones para los peregrinos. Uno de los tesoros que las personas podían vivenciar, eran los testimonios de quienes conocieron al Padre Kentenich. Distintas personas, revelaron detalles de sus encuentros con el fundador. Quienes presenciaban las charlas, lograron vincularse, conocerlo, experimentar su paternidad e incluso emocionarse con las historias transmitidas.
Fue así como la Hna. Virginia M, logró cautivar a quienes presenciaron su testimonio llamado: “He conocido a un Santo”. Fue así como logró dejar huellas del Padre, traídas desde su vivencia en Milwaukee. Un testimonio que reflejó como fue educada y querida por quien vivió tantos años en sus tierras, durante el exilio.
“He conocido a un Santo” fueron sus palabras al iniciar el encuentro. Con cariño recuerda a quien la ayudó en la santidad de la vida diaria, a quien probó el heroísmo de esa santidad en su exilio. Enfatizando que aún en ese difícil momento de la vida, no dejó jamás su misión de guiar a otros al corazón de María.
Era aún niña cuando conoció al Padre Kentenich. Gracias a su madre, logró vincularse a él. Es así como recuerda una adolescencia completamente unida a quien la acompañó, escuchó y educó en muchos momentos.
Por medio de él, logró conocer el rostro paternal de Dios. “Despertó en mi un amor filial a Dios”, dice la Hna. Virginia con convicción. Recordando cómo fue siempre aceptada y con qué confianza el Padre José creyó en ella, conduciéndola hacia arriba.
Fue ese amor paternal del Padre Kentenich, el núcleo de su charla. Señaló también la paternidad como una “llave para amar a Cristo”; diciendo que para el Padre, Jesús era el hijo perfecto de Dios, por esa razón amó y aceptó con humildad siempre la cruz. “A menudo me dio ánimo para conquistar la filialidad heroica en amor a Jesús”, desde esa perspectiva, declaró ella.
Un educador en cada detalle
Si había alguien que tenía la intuición fina, era Padre Kentenich. Siempre sabía lo que quería transmitir el corazón de la Hna. Recordó por ejemplo, que tenía una paciencia sin límites, era muy sabio para educar, cómo despertó en ella el deseo de ser como María y lo prudente que fue para corregir lo que no estaba tan correcto.
“Se preocupó que mis pies estuvieran en la tierra”, dice la Hna. Virginia. Es así como recuerda cuando ella le contó que para cuaresma tenía el deseo de ayunar. El Padre Kentenich, con amor le señaló que a él no le gustaría que ese fuera su propósito, porque era joven y debía alimentarse bien. Ante eso, le presentó un listado de nuevos propósitos: ser obediente, rezar el vía crucis, estudiar, entre otros. Él la educaba en lo pequeño, en la santidad de la vida diaria.
Entre otras cosas, también manifestó como siempre la hizo sentir “bienvenida”, la educó en ser responsable en los estudios e incluso reveló una lección de pobreza, diciendo, “me devolvió muchos sobres, de cartas que le había enviado, sugiriéndome que los volviera a utilizar”.
Sin lugar a dudas, fue el Padre Kentenich quien marcó su adolescencia. Quien sobresale en todos sus recuerdos como alguien alegre, noble y cortes, “era todo un caballero”, dice ella. Un Padre que era capaz de hablar y dar un consejo a personas de distintas edades, un instrumento del amor de Dios, un servidor de María, un hombre que nunca abandonó su misión. Simplemente ella relata y finaliza el testimonio señalando nuevamente: “He conocido a un Santo”.